Dos ciudades

En el justo momento en que el tren llegó a el andén, los dos se miraron. Avanzaron con pasos firmes y pequeños hasta recorrer la mitad del espacio que separaba la pared, decorada a modo de mural, de la vía. Pararon allí, en el medio y se dejaron rodear por las miles de personas que en aquellas tempranas horas se agolpaban para subirse al tren. Las puertas se abrieron y en el caos de viajeros que subían o bajaban de los dos vagones cercanos a su posición se besaron. Fue un beso eterno. Un beso lleno de deseo, nostalgia. Un beso, el primero de una sucesión que a lo largo de aquel día acontecerían, que llenó sus bocas de palabras, de letras escritas sobre luminosas superficies, de voces escuchadas en buzones de voz, de ansiedad, de caos, de locuras, paranoias, magia. Fue sobre todo un beso invisible. Si en su primer encuentro no pudieron o no se atrevieron a besarse por la cantidad de incómodos testigos que les rodearon, el de hoy seguramente fue uno de los besos mas vistos y a la vez ignorados de la historia de los besos. Sus lenguas cruzaban batallas bajo el sonido, aunque solo ellos lo podían escuchar, que sus dientes componían en cada uno de sus roces. Las cientos de personas que corrían por el anden sirvieron de parapeto para su primer beso.
Salieron de Sants y cruzaron Tarragona con las primeras luces del día. Bajo los arboles de la avenida de Roma hablaron en voz baja mirando sus caras y recorriendo con las manos cada uno de los recovecos y pliegues que sus facciones dibujaban en ellas. Las risas cómplices, elevaban el volumen de su paso por aquel parque, como si dos locos anduvieran en silencio para repentinamente llenar de carcajadas el húmedo aire de aquella mañana de noviembre. Tomaron Valencia y tras cruzar un semáforo en rojo en Comte de Urgell, él paró y dijo, aquí es, ¿estas segura?. ¿Segura?, contestó ella, me va a dar algo, casi no recuerdo desde cuando deseo este momento. Limpiaron sus zapatos en el felpudo de la entrada, dieron los buenos días al recepcionista del NH y subieron en el ascensor. Él pulsó todos los botones, así el trayecto hasta la quinta planta fue mas largo. El ascensor paró en la primera y se besaban cuando las puertas se abrieron para segundos después cerrarse. En la segunda al abrirse alguien dijo algo frente a ellos, pero ellos no escuchaban. La parada en la tercera planta no la recordaban, al menos de eso se reían en la ducha horas después. En la cuarta se bajaron, buscaron, entre besos caricias y susurros, la escalera y por ella subieron hasta la quinta planta. Alguien nos va a ver, canturreó ella en el oído. Nos han visto unas seiscientas personas en la estación, contestó él separando sus labios del cuello de Emma.

Comieron en la cama de aquella habitación y cuando la tarde caía salieron a pasear, agarrados de la mano igual que dos quinceañeros a la salida del instituto. Recorrieron Valencia y al llegar a Gracia las luces de la ciudad se iluminaron como si quisieran celebrar con ellos aquel especial día. Pasearon calle arriba y calle abajo. Él aseguraba que la última vez que estuvo en Barcelona la casa Batllo estaba en el otro lado de la calle y ella reía sin poder parar. Pararon en cada banco para besarse y así alimentar la pasión que todavía no habían saciado. Bajaron hasta la plaza Cataluña y oliendo el mar se dejaron llevar hasta Colón por una rambla llena de restos de flores. Giraron a la izquierda y hablaron, hablaron de las muchas cosas que nunca se habían dicho, de las miles de cosas que uno no conocía del otro y así avanzaron hasta Laietana donde comenzaron el ascenso persiguiéndose y corriendo entre los coches estacionados. Buscaron la catedral del mar y quedaron un rato largo observándola en silencio, examinando cada una de las piedras que la formaban. Y de allí cogieron el borne donde buscaron un sitio para cenar. En la cena descubrieron que de la boca del otro salía música al masticar, y que las músicas de las dos bocas, al escucharlas juntas, ofrecían una sinfonía otoñal que no se cansaban de interpretar. Café, un pedazo de tarta y decidir entre un taxi o recorrer el gótico para subir de nuevo al paseo de Gracia. Caminaron. Caminaron con las fuerzas que el creciente deseo les otorgaba a medida que se acercaban de nuevo al hotel.
Al amanecer, desayunaron. De camino al Prat en el taxi se besaron una vez más. Se miraron, tristes por la despedida pero felices al recordar el que calificaron, años después, uno de los mejores días de sus vidas. Andando en el trayecto entre los terminales B y C Alejandro escribió en su móvil. Ciao mi amor, buen viaje. Te quiero.

La foto

9 Respuestas a “Dos ciudades

  1. Vaya, al fin algo que ocurre cerca, me alegro de que mi petición fuera escuchada.
    Me he hecho un lío de calles y estaciones, pero da igual, lo importante es el beso, yo quiero un beso así.

  2. Que bonito, me encanta Barcelona.
    Un beso Bri.

  3. Es un placer recuperarte blue.

  4. Y a mi que me den no 😦

    si es que…
    jajaja

  5. Pero si usted nunca me abandonó

    Es cierto que no debería dar por buenas sus visitas y que debería agradecérselo cada vez que por aquí pasa, pero ya se sabe soy un viejo poco detallista.
    Quizás por eso sigo aún soltero.

    Gracias por su visita disgusto.

  6. nancicomansi@yahoo.es

    Todo el mundo debería poder vivir al menos un día en su vida con esta intensidad amorosa…
    un beso.

  7. La foto,el piano de la canciòn y ese encuentro tan grato que,como dice la canciòn: que importa si Madrid o Barcelona….

  8. MEMUERODEENVIDIAAAAAAAAAAAAA¡¡¡¡ Y pensar que el relato es bellobello, y yo me quedé con el mensaje final del móvil… a mi fué lo que mas me impactó, buscaba el ansiado final feliz, que por una vez, encontré en sus palabras. Gracias, me devuelve la fé, aunque sea en la vida virtual….

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